Hacía poco que había regresado de Mendoza donde a modo de tesis para la cátedra de Economía, había elaborado un estudio sobre la reforma agraria en el mundo. Eran tiempos donde se hablaba del milagro japonés, se leía el Desafío Americano de Jacques Servan Schreiber y de las nociones de economía modernas que sacaban del subdesarrollo a una gran cantidad de países.
Así fue que al regreso de la democracia y siendo de una vieja familia de conservadores, acepté la propuesta del partido Demócrata de Catamarca para presentarme como candidato a diputado provincial. Los dirigentes partidarios de la ciudad creyeron necesario paliar mi inexperiencia política enviándome algunos “asesores” de campaña. Un día uno de ellos que apenas conocí, que según me informaron tenía “llegada” con la gente, me preparó un acto en un local cerrado tal como lo establecía la reglamentación. Como iba a ser mi primer discurso político me preparé con toda dedicación repasando los conceptos claves de desarrollo que aplicaría en mi programa de trabajo como diputado para tratar de sacar a Tinogasta del atraso.
En un galpón cerca de la estación de trenes encontré sentado un público numeroso, subí al estrado con una extraña impresión ya que los presentes, una mayoría de mujeres adultas, parecían ser gente humilde y poco interesadas en mis disquisiciones intelectuales. A medida que desarrollaba el discurso, en lugar de aportarle vehemencia a mis palabras, los rostros carilargos de los presentes, que pronto mostraron una metamorfosis hacia el desasosiego, me llevaban a desacelerar y abreviar al máximo mis palabras, pero todo terminó súbitamente cuando una señora que estaba en primera fila me gritó:
-Pero joven ¿qué hora nos van a entregar los remedios?
-¿Qué remedios? Le pregunté.
-Los que nos prometió el curandero, contestó.
-¿Qué curandero? Esto es un acto político repliqué.
- Que acto político ni ocho cuartos, nosotros vinimos porque el curandero nos dijo que aquí nos van a entregar los yuyos de remedio.
-¿Todos los presentes vinieron por lo mismo? Pregunté dirigiéndome a todos.
- Si, si, queremos los remedios.......
Así termino mi primer acto político, le dije al “asesor” responsable del hecho que prescindiría de su colaboración.
Me enviaron otro, un escritor y poeta oriundo de Tinogasta pero que hacía muchas décadas que vivía en la ciudad de Catamarca. Era de origen peronista y llevaba el nombre de un filósofo, aquel que pidió a Alejandro Magno que se quitara del sol. Con este asesor recorrimos todo el departamento de Tinogasta desde Cerro Negro hasta Palo Blanco.
Las cosas que nos sucedieron fueron increíbles, las personas de lugares alejados que no me conocían al menos me escucharon pero las de Tinogasta que en general si me conocían me paraban de entrada diciéndome “..no lo vamos a apoyar porque usted no necesita...” así, cosechando rechazos y afrentas seguimos andando caminos sin claudicar hasta que llegamos a Medanitos, la tierra donde mi padre había creado de la nada un emporio de trabajo para decenas de familias y había hecho crecer poblaciones que hoy son importantes.
Como la finca “Istataco” tomaba el agua de riego uno 5 kilómetros aguas arriba para lograr el nivel que permitía regar los cultivos, mucha gente se fue instalando cerca de la acequia y poco a poco extendiendo las usurpaciones y cercándolas. Así llegamos a la “propiedad” de uno de estos usurpadores. El asesor golpeó las manos y al vernos, los moradores del rancho nos “chumbaron” los perros debiendo subir precipitadamente a la camioneta en que andábamos.
Más adelante llegamos a un rancho de cañas tapado hasta la mitad por la arena, decían que ahí vivía una señora políticamente importante. El asesor golpeó las manos:
- ¿Quién anda? Se sintió una voz grave desde el interior del rancho.
- Andamos con el ingeniero Cuello le contestó, queríamos hablarla, señora...
-¿De qué raza es...? Atronó con voz potentísima la señora sin mostrar su cara.
Le hice señas al asesor de que nos fuéramos y si bien seguimos hasta Palo Blanco, después de aquellas semanas inolvidables de campaña ya tenía un panorama claro de la realidad política social y cultural del departamento.
Por fin llegó el día de las elecciones, habíamos hecho preparar una cantidad muy grande de riquísimas empanadas con la persona más idónea para la tarea, las repartimos en todas las mesas, se las dimos hasta a los opositores que al menos destacaron su excelente calidad. Cuando hicimos el recuento de votos encontramos que habíamos dado 50 empanadas por cada voto que sacamos.
No nos habían votado ni los fiscales.....
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