Ya casi al mediodía, la camioneta en que viajábamos a Laguna Verde (Chile), comenzaba a andar cada vez más despacio por falta de oxígeno (puna), avistamos la casilla de Las Grutas, abandonada en esa época de los 70. Manejaba mi hermano Enrique, en medio iba una señora de quien solo puedo decir que era muy preparada, con un toque izquierdista que contrastaba con la adhesión que entonces tenía por Pinochet ya que en mis anteriores viajes a Chile había visto como el régimen de Allende había expropiado las tierras y las cabras que tenía un pobre hombre en la cordillera instalándole un gran cartel que decía “Propiedad de Todos los Trabajadores”.
Al acercarnos a la casilla, por una abertura vimos moverse una figura humana que salió y se dirigió hacia nosotros caminando con dificultad haciendo señas desesperadas, paramos, apoyándose en mi ventana de la derecha vi que era una persona destrozada, tenia los labios llenos de profundas llagas y la cara negra por la radiación que había recibido. Con voz temblorosa me dijo: “ por favor, señor, máteme, máteme.. ¡por favor se lo pido!.., ¡no resisto más! Aquí tengo una pistola, por favor, dispáreme, no tengo coraje para dispararme yo mismo.... hace diez días que no como ni bebo agua...
Le ofrecimos comida y agua pero nos la rechazó, insistía en que lo matáramos. Le preguntamos que le había pasado,... nos contó que era comunista y que él con un hijo se habían escondido en el interior de una mina en Copiapó junto a otros partidarios, pero llegó el ejército para capturarlos, como no salían de la mina tiraron gases lacrimógenos que no pudieron soportar, una vez en la superficie y en medio de una humareda comenzó un tiroteo donde alcanzó a ver que cayó su hijo y él con otro logró escapar hacia la cordillera.
Las condiciones que debió soportar el hombre fueron demoledoras por cuanto no pudo pasar a Argentina por el paso de San Francisco ya que estaba custodiado por los carabineros. Su compañero no resistió y lo abandonó, siguió solo sin conocer el lugar, se perdió lo que justificaba tantos días sin comer ni beber.
Hicimos por fin un trato, iríamos hasta Laguna Verde para que la señora que nos visitaba en Tinogasta la conociera y al regreso lo cargaríamos y lo traeríamos hasta Fiambalá, nos pidió entre súplicas y amenazas que no lo entregáramos a los carabineros. Al llegar a Laguna Verde nos interceptaron los carabineros y nos condujeron a una cueva en la montaña donde tenían una base, llevamos nuestros alimentos y bebidas, nos trataron bien al punto que con unos tintos de por medio nos pusimos todos dicharacheros y comenzamos a discutir de política con la señora....
Emprendimos el regreso, ya desde la lejanía vimos que el fugitivo se había subido a una gran roca que estaba a la derecha del camino, trataba de verificar que no trajéramos algún carabinero, al detenerme para cargarlo, se acercó a mi ventana y me puso una pistola en la sien, no alcancé a escuchar lo que dijo y en un frenesí indescriptible de susto y coraje le arrebaté la pistola torciéndole el brazo hasta que la largó. Abrí violentamente la puerta golpeándolo y cayó al suelo, entonces me bajé y le puse yo la pistola en la frente reprochándole enfurecido su acto de traición.
La acción conjunta de mi hermano y la señora lograron calmarme y convencerme que lo trajera no obstante el extraño y peligrosísimo comportamiento que tuvo.
Lo hice subir atrás con la condición que no se mueva. Avanzada la tarde llegamos al refugio de Chaschuil, mi hermano estaba cansado porque había manejado desde las 6 de la mañana, me tocaba el turno a mi pero pedí descansar una media hora antes de agarrar el volante, lo puse al fugitivo sobre unas piedras en un lugar aislado para poder controlar sus movimientos, tiré una colchoneta en el interior del refugio, puse la pistola rusa debajo y me dormí profundamente.
Cuando desperté, escuché una conversación a pocos metros detrás mío, ¡oh sorpresa! Habían calentado agua y tomando mate, estaban en animada tertulia, mi hermano, la señora y el fugitivo...
Ya era la oración cuando llegamos a Fiambalá, cerca del río paramos, el hombre se bajó y nos agradeció la ayuda que le habíamos dado, nos preguntó como nos llamábamos, le mentí el nombre porque en Argentina también había un régimen militar y nuestra acción podía ser ilegal, le entregué la pistola y seguimos, había sido un día para no olvidar...
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3 comentarios:
La narraci{on que expone, lejos de convertirlo en un heroe, o lo que usted pueda pensar, lo convierte en un salvaje, que cometio un delito. Encima se llena la boca hablando de los ambientalistas que por cortar una calle, usted los tilda de delincuntes. Por favor, Consulte a un especialista en enfermedades mentales!
Pido disculpas a todos los ingenieros, Por la forma de ser y pensar del ingeniero Cuello Roca.
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