El domingo anterior habíamos llegado hasta unas gargantas muy estrechas entre las montañas por donde bajaba un río, pero era demasiado tarde para seguir y regresamos. Esta vez pasamos las gargantas y el río se abre a un escenario montañoso.
Al llegar al paraje “Peñas Coloradas”, nos detuvimos a esperar a nuestros compañeros, que se distanciaban para evitar la tierra del camino, estábamos dentro de un río seco cuando vimos a la distancia que se aproximaba un hombre de figura longilínea, se acercó a la ventanilla y con un tonillo acorde al tintillo que parecía acompañarlo, nos pidió que lo lleváramos hasta El Durazno, cargó unos bolsos en la camioneta de Niz ya que en la nuestra el cuatriciclo ocupaba toda la caja y seguimos viaje.
Viendo que las jarillas estaban verdes a diferencia de las del campo abierto, que se habían helado con la ola polar de estos días, le comenté a nuestro pasajero:
- Parece que aquí no hizo tanto frío.
- No, aquí es caliente, respondió.
En la curva siguiente, del lado de la sombra se veía escarcha por lo que dije:
-¿Ve la escarcha en la rivera?
- Si aquí es muy frió respondió, mientras se acomodaba para dormitar.
A cada momento se reanimaba y miraba hacia atrás diciendo:
-¡No viene el Flaco....! Quizás porque nos escuchó nombrarlo así a nuestro amigo.
De pronto entramos en una quebrada con rocas repletas de agujeros como gigantescos quesos Gruyere, y verdaderos muestrarios de rocas metamórficas formadas de areniscas y cantos rodados comprimidos.
-¡No viene el Flaco...! Lo esperemos, repetía el machado, al punto que empecé a sospechar que el interés por no alejarse de la otra camioneta era porque en los bolsos dejó la mamadera de tinto.
Por fin llegamos a la entrada a El Durazno donde se bajó nuestro etílico acompañante y corrió a sacar sus bolsos de la Toyota de Niz.
Más adelante nos bajamos a observar como el agua que gotea por las raíces colgantes de las cortaderas, que quedaron semidesnudas en la orilla del río, llegaban hasta el suelo formando verdaderas columnas de hielo.
Unos pocos km. más delante de las fotos anteriores, el camino termina en un lugar llamado La Aguada donde hay solamente una vivienda, decidimos retroceder hasta una sombra para hacer el asado.
Mientras se hiciera el asado, iría a hacer un reconocimiento del camino con vistas a que en un próximo viaje, cuando el Flaco se mejorara de su pierna, pudiera ir él también en su cuatriciclo.
Es así como emprendí viaje por un estrecho sendero de animales, donde las huellas en partes eran tan profundas, que si caían las ruedas del cuatriciclo quedaba a punto de volcarse, entre medio de subidas, bajadas y curvas peligrosísimas encontré al machado, parado a la orilla de un alto. Aparentemente había incrementado su graduación alcohólica en el interin.
-Llevame, me dijo en un tono distinto al trato medianamente respetuoso que tenía en la camioneta.
-No, el camino es muy peligroso respondí, pensando que era un despropósito llevar un personaje en ese estado por ese camino.
-No llevame, insistió y tirando los bolsos en el portaequipaje del cuatriciclo se subió de “prepo”.
-Vamos ordenó.
-Bueno agárrese bien de las barandas le pedí.
Cuando el Polaris comenzó a mostrar toda su bravura, el machado comenzó a apretarse con las piernas para mantenerse montado, ya que una mano la empleaba en sujetar el bolso con la mamadera y el camino empeoraba tanto, que continuar montados era más difícil que domar un potro como se ve en el festival de Jesús María. Por fin llegamos a un obstáculo imposible de pasar.
-Bueno hasta aquí nomás llegamos le dije.
_ ¡Seguí carajo...! espetó el machado.
-Oiga, no se puede pasar le replique.
-Seguí por esa zanja dijo señalando a la izquierda.
Como el desvío que propuso realmente me permitió evadir el obstáculo, tuve que ampliar mi paciencia en la seguridad que el hombre pese a las molestias me llevaría a destino.
Pero tras una impresionante subida por una cornisa tan estrecha que no cabía ya el cuatriciclo, no tuve más remedio que detenerme y obligarlo a bajarse al machado, éste avanzó unos trancos y se acostó en la cornisa estirando las piernas y sosteniendo la cabeza con la mano y con el codo en el suelo, observaba risueño como haría para dar vuelta el cuatriciclo en ese sendero tan estrecho al borde del precipicio.
Tras innumerables maniobras logre dar vuelta el Polaris y regresé raudamente al lugar del asado.
Terminando de comer y habiéndole invitado asado y vino a un gaucho que pasaba, decidimos con Niz recorrer nuevamente el camino, para que no se volviera sin conocer las dificultades que enfrentaremos en siguientes aventuras.
Esta vez llegué más rápidamente a la cornisa donde ya no se puede seguir en el cuatriciclo.
Una persona se asomaba desde la cima, había llegado en moto pero no se animó a pasar y observaba si nosotros nos arriesgaríamos. En ese momento se aproximaba un jinete que tiraba de un caballo mientras un burro de carga venía adelante.
El burro esquivó el cuatriciclo subiéndose a la montaña
Tuve que parar el motor que asustaba a los animales, para que pasaran y luego hacer riesgosas maniobras al borde del precipicio para dar vuelta el cuatriciclo, cuando volvíamos nos encontramos con el grupo de jinetes que encontramos al medio día.
Jinetes que venían desde Tinogasta a la fiesta de San Pantaleón
1 comentario:
NOTABLES: ¿Podrían precisar a qué distancia se encuentra el pueblito de "El Durazno", en relación a Tinogasta ciudad? ¡Agradecido!
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