La ansiedad crecía con los minutos que se hacían eternos, era una carrera contra el tiempo que jugaban las campanas de la iglesia para anunciar el año nuevo de 1960 y la bocina de la locomotora del tren anunciando su llegada al pueblo. Pero ¿cuál era el motivo de tanta ansiedad? Sabíamos que en aquel tren llegarían nuestras motocicletas, las que ganamos en buena ley a nuestro padre cuando apostamos, mi hermano y yo a que pasaríamos de año en el secundario eximiéndonos en todas las materias sin llevar ninguna a marzo.
Casi simultáneamente con las campanadas se escuchó llegar el tren y exigimos desaforados que fuéramos a la estación a retirarlas, solo la comprensión de nuestra euforia pudo convencer al jefe de la estación, don Brizuela, que nos la entregara a esas horas de la madrugada, mi padre alquiló un camión que llevó las motos a nuestra casa. Las bajaron en la calle y de inmediato saqué mi Zanella Ceccatto de su embalaje y corrí por las calles de Tinogasta estrenando una nueva vida, una sensación de felicidad y libertad indescriptibles, que duraría los mejores diez años que recuerde. Esa noche no me acosté, prendí una vela y me quedé contemplando la moto a la espera del alba para poder salir a retozar del viento, sentir el perfume de las damas de noche que flotaban hasta el amanecer, dueño de la magia de los campos y de las montañas de mi querido Tinogasta.
Siendo muy pocos los de mi edad que tuvieran moto, me acerqué a un círculo de motociclistas bastante mayores, que me obligaron a adelantarme a mis recientes 15 años. Es así como me hice amigo de Tirso Irazu, un excelente mecánico con el que pronto entré al mundo de las competencias motociclísticas. Tirso a su vez era guitarrista y cantor de un conjunto folclórico, “Los Abauqueños” junto a los hermanos Veco y Tuco Chanampa, el “flaco” Campos y otros que eran excelentes y viajaban a presentaciones en festivales en otros pueblos.
Un día se organizó la primera carrera de motos en la localidad de Santa Rosa y un señor apodado “El Bulla” Carrizo, que tenía una moto CBS me la ofreció para que la corriera, Irazu la “preparó” para competir con varias motos de la escudería del alemán Guillermo Cron. Como participé activamente como “ayudante” de Tirso, quien me enseñaba los secretos de su oficio terminé pasando durante años días y días en su taller .
Llegó el día de la gran carrera, participaban numerosas motos, entre ellas una pequeña pilotada por un personaje del pueblo “Pincho” Blanco, hombre “viejo” comparado con el resto. Tirso me había dado la instrucción precisa de no abusar de la potencia de la CBS ya que despertaría sospechas de que la “preparación” estuviera fuera de lo reglamentario. Largamos y mi moto tomó de inmediato la punta y embargado por la emoción corrí a toda furia entre el estruendo de unas 30 rugientes máquinas. Cuando comprobé que le había sacado más de una cuadra al segundo quedé estupefacto cuando vi en una de las vueltas del circuito, que Pincho Blanco iba delante mío, sin analizar lo sorprendente del caso aceleré para pasarlo pero varias vueltas más adelante nuevamente estaba delante mío lo que me decidió a ponerme a máxima potencia hasta el final de la carrera. Cuando me bajaron la bandera a cuadras había sacado siete cuadras de ventaja al segundo.
Al dar por finalizada la carrera se armó un tremendo lío porque Krohn pidió que mi moto vaya a parque cerrado para abrir el motor y determinar si hubo retoques fuera de reglamento. A esto Tirso dijo que si le abrían la moto que él había preparado exigiría que abrieran también las siete preparadas por Krohn, donde se notaría que todas tenían “cruce de lumbreras” pero las de él estaban mal hechos. Parece que esto disuadió a Krohn y me dieron ganador de la primera carrera de motos de Tinogasta.
A la noche hubo un baile con entrega de premios, cuando me dieron la copa fui hasta la mesa de mi escudería pero Tirso me la llenó de Champagne y me pidió que la llevase a la mesa de Krohn y les invitare. Tuve que atravesar toda la pista bajo la mirada de la numerosa concurrencia, pero cual fue mi sorpresa cuando Krohn me rechazó la invitación y con las orejas rojas de vergüenza tuve que volver con la copa llena a mi mesa.
Posteriormente participé en decenas de carreras y como espectáculo final me paraba sobre el asiento extendiendo los brazos frente al palco de las autoridades, Tirso también comenzó a hacer espectáculos al final de las carreras con una Gilera 500 pero subiéndose al tanque de combustible. Al tiempo yo también me subía al tanque pero Tirso para no ser menos, comenzó a subirse sobre el manubrio de su pesada moto cosa que admito jamás me animé a hacer.
Aclaro que Pincho Blanco, que participaba solamente para agregar humor a la carrera cortaba el circuito por la mitad y esa era la razón por la cual aparecía delante mío.
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2 comentarios:
La verdad Negro… que todos los personajes que has nombrado en esta vivencia tuya de la juventud, es una verdadera selección de “notables”, todos y cada uno de ellos… Pincho Blanco, el querido y querible, Flaco Campos, el inolvidable Tirso, el continuo revolotear de Quique y Don Humberto….Recuerdo que cuando éramos changos, con Jorge Luis Quintar, amigo inolvidable que no me ha dejado de acompañar ni un minuto de mi vida y con Rafael López, solíamos ir a sentarnos en la mesa de Tirso, era una persona grande y siempre tenía una anécdota graciosa para contarnos, algo sacaba de la galera, que no hacía más que alimentar esa admiración que sentíamos por él. Recuerdo uno en especial, en el cual no nombrare todos los personajes, exceptuando a Tirso, por razones obvias.
La anécdota, se sitúa alrededor de los 60. En esa época, tenía el taller por calle Rivadavia, a la vuelta del Banco Nación, era un terreno grande donde después que él mudo el taller, al lado de su casa solían ir los parques de diversión y los circos al pueblo. Cuestión que el recordaba que acostumbraban juntarse los viernes a comer asado con sus amigos, personajes conocidos y que ocupaban diferentes puestos y lugares en la sociedad Tinogasteña de la época.
Allí concurrían desde el Juez de Paz, hasta el comisario, pasando por el Profesor, el médico del pueblo, hasta el expendedor de la bomba de nafta, con lo cual nos da idea de que el grupo era un verdadero mosaico cultural y social.
Un viernes, en que las cosas fueron gradualmente yéndose de madre, decidieron hacer una mezcla súper explosiva de bebidas alcohólicas, mezclada con frutas que pusieron en una olla grande de hierro fundido y colgaron a una de las vigas del techo. El juez de paz, autorizado quizás por su investidura, subido a un cajón procedía a darle con un cucharon una ración generosa de ese brebaje endemoniado a cada uno de ellos, que esperaban pacientemente encolumnados, y que luego de recibir la dosis volvían disciplinadamente a ponerse nuevamente en la fila.
Total que al cabo de algunas horas estaban completamente enajenados y dormían cada uno donde pudo acomodarse en los rincones del aceitoso taller.
Tirso y el Juez de paz, que más o menos aun podían mantenerse en pie, comenzaron a urdir picardías propias de esas reuniones y a uno de los más profundamente dormidos le introdujeron un ají de la mala palabra, por ese lugar tan caro a nuestra masculinidad.
Al día siguiente este muchacho estaba muy molesto e irritado y sin saber cuál era el objeto de tamaño malestar procedió a ir al médico, participante también de la citada reunión y al tanto de lo que había ocurrido, luego de revisarlo concienzudamente, el Galeno con voz circunspecta y haciendo gala del humor mas acido soportable, le dijo: “y… mira… vos sabes cómo son estas cosas, habíamos tomado demasiado… y bueno… los changos tomaron por caminos equivocados… pero bueno vos no te preocupes, que de esto no se va a enterar nadie…”
Demás esta decir que la indignación que sintió el damnificado fue grandísima y no había concepto ni explicación que pudiese satisfacerlo, por lo que procedió a ir al juez de paz, clamando justicia y castigo inmediato… El juez de Paz perfeccionando la acidez de humor y con voz más circunspecta aun, le espeto: “Bueno che… que queres, nadie estaba en sus cabales, además ya te dijeron, nadie se va a enterrar…” pero no había explicación posible que calmara semejante afrenta y volvió a decirle: “Pero hace algo… vos sos el Juez de Paz!!!!”.
El Juez de paz lo miro profundamente y con un dejo de conmiseración le dijo: “ que queres que haga?? Que le pida a los changos que se casen con vos???”
Obviamente con las horas subsiguientes develaron la broma, pero nos da una semblanza de cómo la gastaban en esas épocas….
No hago más que emocionarme hasta las lágrimas al ver los nombres de mi viejo (Flaco Campos) y el de mi querido y entrañable Tío Tirso, que Dios lo tenga en la gloria.
Señor Cuello: mil gracias por haberme paseado con sus relatos por toda la geografía y personajes de un lugar que fué mi cuna y fué mi infancia.
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